La costumbre de venerar la Santa Cruz se remonta a las primeras épocas del cristianismo en Jerusalén. Esta tradición comenzó a festejarse el día en que se encontró la Cruz donde padeció Nuestro Señor.
La Santa Cruz es trono para Nuestro Señor Jesucristo. Tan noble Rey venció en ella al pecado y la muerte, no al modo humano, sino al misterioso modo divino.
Jesús cargó con la Cruz y nos invita a que cada uno de nosotros lo imitemos también en esto. No hay camino sin Cruz. Dios regala la Cruz a quienes ama, a quienes quiere regalar también con muchos otros bienes. Ese es el sentido de las palabras del Apóstol: "No quiero otra cosa que Jesús y Jesús crucificado.”
En la Cruz nos encontramos y unimos a Cristo. Busquémoslo siempre allí. Él, con sus brazos extendidos, nos espera para regalarnos el abrazo de su infinito amor.
Meditemos como llevamos nuestra Cruz: si ella es para nosotros ocasión de que nos rebelemos contra Dios, o si más bien, nos acerca a Jesús y nos hace vivir, a imitación de Él, el amor hasta el extremo, para con Dios y nuestros hermanos.
Pidámosle a Jesús que nos enseñe a ver siempre la mano divina en toda pena nuestra.
OREMOS
Reine el Señor crucificado
levantando la cruz donde moría;
nuestros enfermos ojos buscan luz,
nuestros labios, el río de la vida.
Te adoramos, oh cruz que fabricamos,
Pecadores, con manos deicidas;
Te adoramos, ornato del Señor,
sacramento de nuestra eterna dicha. Amén
(Fragmentos del Himno de Laudes de la Fiesta de la exaltación de la Cruz. Liturgia delas Horas)
Fuente: www.iglesia.org